miércoles, 27 de junio de 2012

7. La dama . . .

VII. La dama . . .


El tiempo se ha detenido. El rumor del agua, de las olas, es la única banda sonora de este sueño tan real. Finalmente, este Gran Buscador se encuentra en singular soledad, sin equipaje, con los pies desnudos sobre la arena, doloridos de tantas y tantas etapas del camino. Por un breve instante toda una vida , comprimida de forma masiva, explota en mi memoria y recorre todas y cada una de las partículas de este ser.

Y todo esto siendo acontecido justo después de contemplar la belleza que se muestra ante mis ojos. "La dama" es como yo, el Gran Buscador,  la he denominado en mis pensamientos. Sabía que la conocía, quizá de algún efímero sueño, o quizá de otra vida. No existe tal certeza. Sólo sé que la he estado buscando durante mucho tiempo, belleza eterna e inmortal ser. Tantos periplos y divergencias para llegar a este punto... y ahora mi cuerpo permanece inmóvil. Como un pasivo espectador que observa las desavenencias de la causalidad.

Y no podría afirmar, sin embargo, que no estoy en el punto donde hubiese querido llegar. Quizá, después de todo, lo narrado en las leyendas era esto; mas nosotros, los seres humanos, malinterpretamos el significado. Quizá este es el final de una búsqueda, y tal sublimidad pura no ha de ser poseída, o tan siquiera tocada, sino contemplada como pura poesía, como versos que una vez recitados, estallan como una reacción química en nuestra mente. La silenciosa dama continúa de espaldas; ni un breve soslayo se asoma hacia mi cuerpo. Pero sabe que estoy aquí, conoce mi búsqueda; siempre ha estado aquí, ahora lo sé, porque en este lugar donde tales redundancias cuánticas no existen, hay algo siempre consciente. No, no puedo moverme, no puedo dar un solo paso más, aunque quizá...esta sea la meta final. El aire calmado y tibio nos concilia.

Y así permanezco, a unos pocos metros de Ella, " La dama"...siendo mi compañia en soledad, donde otrora estuviera el Caminante, quizá metamorfoseado en el éter de tal escena, para ser un cómplice más de este pasaje. Sigo observándola, sin ver aún su rostro; tan sólo sus sedosos cabellos, como hebras finas de oro azabache, dan testimonio de su existencia.

No la alcanzo, no puedo tocarla. Pero puedo sentirla.

Pueda yo vaciar el espacio que nos separa, desde la distancia.
Pueda yo ser partícipe de su existencia absoluta.
Pueda yo alcanzar la fusión temprana con esta trascendencia inmortal.


Pueda yo...


Amarla hasta la eternidad.